Los límites de la medicina: un debate pendiente

Dic 20, 2017

Poner límites. Los fines de la medicina en una sociedad que envejece, de Daniel Callahan, se publicó en EE.UU. en 1986. El autor, experto en Bioética y cofundador del Hasting Center, proponía un cambio de actitudes y expectativas con respecto al modelo asistencial en la vejez; no pretendía inducir cambios drásticos, sino reflexionar sobre el sentido último de esta etapa vital. La obra desató una intensa polémica que sorprendió al propio Callahan. Las críticas más duras la calificaron como “eutanasia social”; otras, más benignas, señalaron que afrontaba con valor un problema emergente.
Era imposible prever hasta que punto las previsiones de futuro se verían desbordadas. Los datos demográficos superaron cualquier estimación previa y las actuales cohortes de personas mayores han experimentado transformaciones extraordinarias respecto a décadas previas. La esperanza de vida prosigue en ascenso y las características propias de la senectud se han retrasado considerablemente. En 1995, en el epílogo de la segunda edición, el autor matizaba sus manifestaciones iniciales; en 2004, la obra se tradujo al español y fue publicada por la editorial Triacastela.
A pesar del tiempo transcurrido, las cuestiones puestas de relieve permanecen aún vigentes. Más recientemente, con una óptica distinta, una nueva obra viene a señalar esta circunstancia. Su autor es Atul Gawande, médico y profesor, con compromisos profesionales muy diversos; lleva por título Ser mortal. La medicina y lo que importa al final y, en 2015, la publicó en España Galaxia Gutenberg. Para Gawande, la finalidad de la medicina, cuando no puede curar, no debería ser prolongar la vida, sino procurar el bienestar personal. Pero tan estimable premisa no es hoy común en la práctica médica; antes al contrario, la medicina parece alejarse gradualmente de dicho fin. Diferentes profesionales muestran su desacuerdo con esta situación, tanto a nivel individual como desde plataformas críticas.
La sociedad actual valora exageradamente la juventud y la vitalidad, pero la biología impone sus reglas. No es posible cumplir años sin envejecer; antes o después, nos alcanza el deterioro, la dependencia y las patologías. Vejez y enfermedad no son sinónimos; no obstante, los últimos años de vida correlacionan con una probabilidad mayor de sufrir padecimientos. Frente a este hecho ineludible, no necesitamos sofisticadas tecnologías; solo cuidados de calidad. Unos cuidados que, hoy por hoy, constituyen la excepción y no la norma.
Familiares y enfermos participamos asimismo en el empeño inútil de prolongar la vida. Nos resistirnos ante lo inevitable y exigimos “hacer todo lo posible”; sin embargo, esta petición conduce a un encarnizamiento terapéutico que hace aún más trágico el desenlace. La muerte siempre es cierta, pero se ha convertido en un tema tabú e intentamos ocultarla, alejándola de nosotros.
La institucionalización de la muerte es una tendencia imparable y morir en casa un acto cada vez más infrecuente. Urge humanizar la muerte de los ancianos y los hospitales no son el lugar apropiado para cumplir este requisito. Continúa pendiente el debate acerca de los límites de la medicina ante el final de la vida.
Concha Aparicio. Editora en: http://envejeceractivos.com

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